Frailes Capuchinos

Diego de Valencina anciano

Nombre: Fray Diego de Valencina / Valentín Polvillo Novoa

Fechas vitales: Valencina de la Concepción, 14 de febrero 1862- Sevilla, 14 de abril 1950

Biografía: Conoció en Sevilla al V. P. Esteban de Adoain, lo que determinó su ingreso en la Orden a la edad de 19 años en 1881. Hizo su noviciado en Masamagrell, pasando posteriormente a realizar sus estudios en Pamplona y en Areins del Mar.

En 1897, ya una vez reinstaurada la Orden en Sevilla, realizó una visita a la Venerable Orden Tercera como su director, incautando toda su documentación para su análisis, tras más de una década de constantes problemas internos en su seno. En una reunión celebrada el 14 de marzo del mismo año, acordó disolver la junta de gobierno para componer otra, con el fin de cortar de raíz con la situación.

Restauró el convento e iglesia de Sevilla, obteniendo su cesión por parte del ayuntamiento, y enriqueciéndolos con numerosas obras de arte de Antonio Susillo y Virgilio Mattoni, entre otros. Posteriormente fue enviado al convento de Sanlúcar, en 1901, donde hizo importantes obras, entre ellas la pavimentación de los claustros, manando pintar el cuadro de la Inmaculada y la Porciúncula en 1904.

En 1906, es autorizado para levantar el ala del convento de Córdoba paralela a la iglesia para enlazarla con las otras dos ya en pie, tras la reciente reorganización del mismo.

Posteriormente volvió al convento de Sevilla, donde puso nueva techumbre y azotea al claustro del Este y pavimentó de losetas de cemento todos los claustros del convento antiguo.

Durante su Provincialato, obtuvo para la Orden la Capilla de San José, monumento nacional, en 1916, que se convirtió en residencia a partir de ese año. Cuando esta fue incendiada, en 1931, obtuvo los fondos para su restauración y supervisó toda la intervención. También obtuvo la permuta de los solares de la Cruz Roja con el convento actual.

Desde muy pronto fue nombrado Vicepostulador de la causa de canonización del beato Diego José de Cádiz del que reunió y conservó la colección de autógrafos.

Sus relaciones en el ámbito artístico, le valió para atribuir a la producción de Alonso Miguel de Tovar, la pequeña placa de cobre con la primera representación de la Divina Pastora que se conserva. Hoy día sigue habiendo controversia sobre la autoría y el verdadero origen de esta pieza, pero esta atribución de Valencina sigue disfrutando de actual vigencia, apoyada en las opiniones de los expertos de la época que aconsejaron y orientaron al fraile.

Publicó por primera vez diversas obras desconocidas u olvidadas de grandes autores, entre las que destacan cuatro composiciones de fray Luis de León, de las que da noticia en El Adalid Seráfico en el año 1928.

En el mismo ámbito artístico, en un artículo publicado en 1891 en el Mensajero Seráfico, ofrecía al lector la posibilidad de sacar copias de los lienzos que formaban la serie de los Venerables del claustro sevillano, proporcionando él mismo al pintor, por lo que estos encargos fueron bastante habituales por aquel tiempo.

El 10 de mayo de 1925, fue recibido como Académico de Número da Real de Buenas Letras de Sevilla. Presidió el acto el Excmo. Sr. Cardenal Ilundáin. Su discurso de investidura versó sobre Fernán Caballero y sus obras. Contaba con los originales de varias de sus obras, sí como de cartas y otros escritos.

Sus grandes conocimientos sobre arte lo movieron a crear notables colecciones artísticas en el seno de la Orden en Sevilla, tanto en el convento como en la Capilla de San José.

Era gran predicador, destacando la potencia de su voz en la oratoria.

Su muerte fue sentida, ya que el fraile era toda una institución en la Sevilla de la época. Los periódicos ABC y El Correo de Andalucía se hicieron eco de su óbito.

Formó parte de la comisión para la edición de las obras completas del beato Diego José de Cádiz, grupo que dirigió el padre Serafín de Ausejo.

Miembro de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras; Miembro de la Real Academia Española de la Lengua; Presidente de la Comisión de Monumentos de Sevilla; Real Academia de la Lengua de Madrid, Real Academia de San Fernando de Madrid

Escritos más importantes:

Devoto quinario que, en obsequio de Jesús Crucificado, con el título de “Santo Cristo de Burgos”, venerado en la capilla de la parroquia de San Pedro de Sevilla, celebra anualmente su devota hermandad…, Sevilla, 1895.

Breve instrucción al novicio capuchino, Sevilla, [1898].

Catecismo sobre los enemigos del alma: mundo, demonio y carne (edición y notas), Sevilla, 1898.

Cartas de conciencia que el beato Diego José de Cádiz dirigió a su director espiritual, D. Juan José de Higueras (edición y notas), Sevilla, 1904.

Cartas familiares de Fernán Caballero, coleccionadas y anotadas (edición y notas), Madrid, 1907.

Cartas interesantes que el beato Diego José de Cádiz dirigió a su amigo y confidente, el Rvdo. P. Fr. Francisco de Asís González, prior que fue del convento de dominicos de Écija (edición y notas), Madrid, 1909.

Las siete palabras de Nuestro Señor Jesucristo, escritas especialmente para niños por Fernán Caballero (edición y notas), Sevilla, 1913.

Cartas de Fernán Caballero, coleccionadas y anotadas (edición y notas), Madrid, 1919.

Fernán Caballero y sus obras, Sevilla, 1925.

Poesías inéditas atribuidas al maestro fray Luis de León (edición y notas), Sevilla, 1928.

Croquis de la novena y tres panegíricos que el beato Diego José de Cádiz predicó en Sevilla a la Divina Pastora de las Almas (edición y notas), Sevilla, 1929.

El incendio de la capilla de San José, residencia de padres Capuchinos, ocurrido en la madrugada del día 12 de mayo del año 1931…, Sevilla, 1939.

Relaciones entre el beato fray Diego José de Cádiz y la Hermandad de Jesús del Gran Poder en Boletín de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras (65), Sevilla, 1939.

Cartas íntimas del beato Diego José de Cádiz, dirigidas al P. fray Eusebio de Sevilla… (edición y notas), [Sevilla, 1943].

Historia documentada de la saeta, su origen y desarrollo hasta nuestros días, los campanilleros y el Rosario de la Aurora…, Sevilla, [1948].

Principales fuentes de información:

Álvarez Cruz, “El patrimonio escultórico del convento de los capuchinos de Sevilla”, El Franciscanismo en Andalucía. Conferencias del II Curso de Verano San Francisco en la Historia y el Arte Andaluz, Priego de Córdoba, 1998, p. 13-38.

Álvarez Cruz, “Temas franciscanos en la obra de Antonio Susillo”, El franciscanismo en Andalucía: conferencias del V Curso de Verano de San Francisco en la cultura y en la historia del arte español… Priego de Córdoba, 2001, p. 13-42.

Valiente Romero & Martínez Laguna, “La V.O.T. entre dos siglos: la hermandad de Capuchinos de Sevilla”, Estudios Franciscanos, vol. 109, Barcelona, 2008, p. 17-20, 24.

Valiente Romero, Los Capuchinos y la capilla de San José: un siglo de convivencia (1916-2016), Sevilla, 2016.

Diego de Valencina joven

 

 

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Fray Juan Bautista de Ardales
Fray Juan Bautista de Ardales

Nombre: Fray Juan Bautista de Ardales / Manuel Zurita Carvajal.

Fechas vitales: Ardales, 16 de junio 1884 – Sevilla, 29 de junio 1960.

Biografía: Escritor; Hijo de Antonio Zurita y Trinidad Carvajal. Desde muy joven vivió imbuido en el espíritu franciscano y capuchino, ya que según refiere en su obra La Divina Pastora y el Bto. Diego José de Cádiz, sus abuelos tenían un pequeño cuadrito con la efigie del fraile y un crucifijo que decían que empleaba durante sus misiones. En este caldo de cultivo no es de extrañar que se despertara la vocación religiosa en el joven Manuel, queriendo ingresar en la Orden antes de la edad admitida y en una época en la que las órdenes religiosas estaban muy perseguidas. Ingresó en el noviciado capuchino de Sevilla, para posteriormente realizar sus estudios en Antequera y Granada.

En 1910 recibió el encargo, junto al padre Marcelo de Campillos, de redactar el Reglamento del Colegio Seráfico de Antequera tras haber sido trasladado a este convento, conforme a las leyes eclesiásticas y las de la Orden. En el mismo había practicado la docencia y poco después ocuparía su dirección.

Tras el fallecimiento del padre Marcelo de Campillos, fue trasladado a Sanlúcar de Barrameda, haciéndose cargo de todos los estudiantes de la Provincia en el año 1913. Tan sólo un año después es trasladado a Sevilla como vicario y al mismo tiempo como administrador de la imprenta del convento. En la ciudad pronto alcanzaría fama de erudito, siendo propuesto por el arzobispado para que recibiera por parte de la Santa Sede el título de Doctor en Sagrada Teología, honor que le fue concedido el 19 de diciembre de 1914.

El 17 de febrero de 1916 se erige canónicamente la capilla de San José de Sevilla, siendo su primer superior el padre Ardales. Al año siguiente fue elegido guardián del convento sevillano, haciendo extensivo el mismo cargo a la capillita de la calle Jovellanos.

Tan sólo tres años transcurrieron hasta que fuera elegido por primera vez Ministro Provincial de Andalucía, el 11 de agosto de 1920, cargo que ocupará durante varios trienios en las décadas de 1920 y 1930. Ocupando el referido cargo y gracias a su mediación y gestiones, el Ayuntamiento de Sevilla hizo entrega a la Comunidad de Capuchinos del antiguo convento que, a cambio de los solares en que hoy se asienta el edificio de la Cruz Roja, había permutado siete años antes fray Diego de Valencina. Al año siguiente consiguió que la Divina Pastora compartiera la titularidad del convento junto a las santas Justa y Rufina y se situó entre uno de los artífices de su coronación canónica. Comenzó también a promover por estas fechas el envío de estudiantes a Roma para su completa formación, para que en un futuro fuesen los que ocupasen los cargos de mayor relevancia en la Orden. En esta preocupación por la educación de los jóvenes novicios, levantó el Colegio Seráfico de Antequera, inaugurado en 1925, dada la escasez de espacios del que se disponía para albergar todas las vocaciones demandantes. También realizó obras de adaptación del convento de Sanlúcar para Colegio Mayor de Teología y Filosofía, dotándolo de un buen gabinete de Ciencias. Igualmente restauró el convento de Sevilla.

Cabe destacar que durante su segundo mandato al frente de la Provincia, fue el primero que realizó la visita canónica a la misión de la República Dominicana, entre 1923 y 1926. Antes de partir envió una circular a los religiosos explicándoles los motivos del viaje, que lo mantendría ausente 7 meses. Su contacto con la Curia General en Roma también fue bastante constante durante este período. Allí envió una detallada relación de las labores efectuadas por los capuchinos en la misión hispanoamericana.

De este modo llegó el final de este trienio al frente de la Provincia. Durante los tres años siguientes, al no ostentar ningún cargo de relevancia en la Orden, ocupó su celda en el convento de Sevilla y se dedicó a la investigación y, especialmente, se consagró a dar un gran impulso a la devoción de la Divina Pastora. Entre las actividades realizadas para ello, editó impresos, estampas, fotografías, medallas, etc. Empezando a trabajar en la parte documental y en la colección de cuadros, azulejos, relicarios y objetos que terminarían convirtiéndose en el museo de la Divina Pastora, que ya había sido aprobado el 27 de septiembre de 1919. El 27 de abril de 1929 fue nombrado hermano honorario de la hermandad de la Divina Pastora establecida en la iglesia de Santa Marina.

Fue nuevamente proclamado Ministro Provincial, teniendo que hacer frente a las dificultades que se cernían sobre la nación tras la proclamación de la II República. Entre las muchas actuaciones que debió ejecutar, en 1931 y tras los sucesos acaecidos de índole anticlerical, fray Juan Bautista fue a buscar refugio para sus hermanos capuchinos, a la vecina nación de Portugal. Allí comenzó a gestionar con el Obispo de Beja, José do Patrocinio Dias, la cesión de la parroquia del Salvador para la fundación de una nueva residencia capuchina, que finalmente llegó a efecto en 1935. Con la intensificación de la inestabilidad en España y el estallido de la Guerra Civil, tuvo que permanecer en el cargo hasta 1937. También se trasladó a Ronda preocupado por los restos del beato Diego José de Cádiz que allí se veneraban, pudiendo comprobar cómo se habían salvado de las revueltas. Todo ello lo fue refiriendo en una carta circular publicada en la Provincia el 20 de septiembre de 1936. Fue esta la última carta que dirigió a sus hermanos andaluces antes de cesar del cargo de Ministro Provincial en favor de Serafín de Ausejo, el 13 de septiembre de 1937.

Fue a partir de este momento, como indicábamos arriba, cuando se dedicó por entero a documentar la devoción a la Divina Pastora, trabajo que verán sus frutos en La Divina Pastora y el Bto. Diego José de Cádiz. El museo por el que tanto trabajó se hizo precisamente realidad en este año de 1937, cuya ponencia inaugural la pronunció el profesor Hernández Díaz. Todo ello obedecía fundamentalmente a la intencionalidad de que la originalidad de la Devoción a la Divina Pastora, jamás se alejase de la figura de fray Isidoro de Sevilla, y por supuesto de la Provincia de Andalucía. Sobre este particular publicaría numerosos trabajos en El Adalid Seráfico, entre las décadas de 1940 y 1950. Su afán por extender la devoción a la Divina Pastora, lo llevó a regalar un cuadro de la misma a la comunidad capuchina establecida en Guatemala, más concretamente en la región de Jalapa.

Como dato curioso, cabe mencionar que fue el último en añadir testimonios a la crónica de Antequera comenzada por Nicolás de Córdoba, fechándose su intervención con posterioridad a 1940. En la misma, refiere la especial devoción que sentía por la imagen de la Divina Pastora de la iglesia conventual de Antequera.

La erudición de fray Juan Bautista de Ardales se pone también de manifiesto en su círculo de amistades, llegando a tener contacto con importantes escultores, pintores y orfebres de la Sevilla del momento. Esto se evidencia, y traemos nuevamente a colación la importancia que adquiere la Divina Pastora en buena parte de la vida del fraile, en la que es sin duda una de las piezas más notables de las que en origen conformaron su museo, como es el relicario de plata de Manuel Seco Velasco, realizado en 1953, que fue encargo por el padre Ardales. Su función fue y sigue siendo, la de sustentar la que tradicionalmente se ha considerado como la primera representación de la Divina Pastora, según el encargo realizado por Isidoro de Sevilla a Alonso Miguel de Tovar. La pieza, una pequeña placa de cobre sobre la que se plasma la visión del fraile, sirvió como modelo para las que vinieron después, entre ellas el primer gran lienzo efectuado con la representación de dicha advocación.

Fray Juan Bautista de Ardales
Fray Juan Bautista de Ardales

A colación con lo expuesto, su amistad con el artista Sebastián Santos Rojas se vio reflejada en la elaboración de una Divina Pastora para el Colegio Seráfico de Antequera, como homenaje a los 62 años como capuchino de Ardales, que se conmemoraron en la década de 1960.

También le unió gran amistad con el artista Enrique Orce Mármol, de quien llegó a ser director espiritual y ofició su funeral. Importantes fueron los encargos realizados junto al padre Ángel de Cañete, fundamentalmente obras cerámicas de sublime factura con la imagen de la Divina Pastora.

Sin duda, una de las frases que mejor pueden definir al padre Juan Bautista de Ardales es la que escribió Daniel de Palencia con motivo del fallecimiento del fraile en El Adalid Seráfico: “Ahora no puede sufrir su modestia. Y a boca llena podemos afirmar que ha sido el apóstol cumbre de la Divina Pastora, digno de figurar al lado del Beato Diego José de Cádiz y el Venerable Padre Isidoro de Sevilla”.

Escritos más importantes:

“Circular con motivo del martirio de siete religiosos y de los sucesos ocurridos en la Provincia durante la lucha del glorioso ejército español contra las hordas marxistas en el año 1936”, El Adalid Seráfico, Sevilla, 1936, año 37, p. 228-240.

“Monografías de la Divina Pastora”, El Adalid Seráfico, Sevilla, 1946-1956.

La Divina Pastora y el Bto. Diego José de Cádiz: estudio histórico. I, 1703-1900, Sevilla, 1949

Vindicación de la primitiva imagen de la Divina Pastora, venerada en la ciudad de Sevilla, en “Archivo Hispalense”, Sevilla, 1951.

El siervo de Dios, Padre Luis Amigó, obispo de Solsona y Segorbe, fundador de las religiosas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia…, [Madrid, 1952]

“El pueblo de Cerritos y su célebre imagen de la divina Pastora. Tradiciones históricas”, El Adalid Seráfico, Sevilla, 1956, año 57, p. 103-118.

Principales fuentes de información:

González Caballero, “Escritores capuchinos de la provincia de Andalucía. Estudio bibliográfico” [VI], Estudios Franciscanos, vol. 88, Barcelona, 1987, p. 113-124.

Ibáñez Velázquez, “Fray Juan Bautista de Ardales, figura prócer de la Provincia Capuchina de Andalucía en el siglo XX”, IX Curso de verano “El Franciscanismo en Andalucía”, Priego de Córdoba, 2003, p. 335-354.

Infante Limón & Rodríguez Conde, “Fray Juan Bautista de Ardales” (ficha técnica), Capuchinos, Memoria agradecida, Antequera, 2013, p. 202-203.

Linares Fernández, “Actas de capítulos provinciales y definiciones de la Provincia Capuchina de Andalucía (diciembre de 1898 a agosto de 1936)”, en Capuchinos, memoria agradecida, Antequera, 2013, p. 61, 64, 65, 66, 68, 70, 71, 73.

Ramírez Peralbo, Primer centenario de la restauración de la Provincia Capuchina de Andalucía 1898-1999. Historia de los primeros conventos capuchinos de Andalucía. Biografía de los religiosos de la Restauración. Granada, 1999, p. 18, 103, 111-123.

Román Villalón, La Divina Pastora en los escritos de fray Isidoro de Sevilla (1662-1750), Sevilla, 2012, p. 24-25, 29, 60, 73, 75, 105, 110, 115, 119, 124, 126, 132, 134, 139, 154, 158, 160, 170-171, 176, 179, 190, 216, 259, 291- 292, 308, 315-316, 325-327, 330, 338-339, 342, 344, 382, 394, 451-452, 456, 500-501, 526, 556-557, 584, 599, 601, 603-605, 620-622, 624, 647-648, 657, 660, 672, 697, 699, 740, 782, 786, 802, 809, 818-819, 822, 911, 913, 915.

Valiente Romero, “Presencia y actividad capuchina en la capilla de San José”, en Los Capuchinos y la capilla de San José: un siglo de convivencia (1916-2016), Antonio Valiente Romero (coord.), Sevilla, 2016, p. 15-76.

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Fray Ambrosio de Valencina
Fray Ambrosio de Valencina

Nombre: Fray Ambrosio de Valencina / Francisco de Asís Marín Morgado

Fechas vitales: Valencina de la Concepción, 9 de noviembre 1859 – Sevilla, 24 de mayo 1914

Biografía: Escritor. Hijo de Manuel Marín y de Gabriela Morgado. Desde niño sintió la vocación religiosa, destacando en los estudios y en las prácticas piadosas. Solía emplear el tiempo libre en hacer altares con pequeñas estampas y flores, y decir sermones que había oído en la iglesia, o había aprendido de un pequeño libro que le regaló el cura de su pueblo. No obstante, sintió tambalear su fe a la edad de 12 años, negándose a ingresar en el seminario y abandonando por completo la vocación sacerdotal. A los cuatro años, volvió su vida a la normalidad tras haber experimentado su definitiva vocación una noche tras volver del campo, dedicándose al estudio, la penitencia y la oración.

Junto a su director espiritual, el padre Pavón, fundó de pequeño junto a otros jóvenes la Compañía de San Luis Gonzaga, de la que fue su presidente. Poco a poco volvió a sentir la vocación religiosa.

Entró en la Orden siguiendo los designios del padre Esteban de Adoain, primer religioso capuchino que conoció. La entrevista que mantuvo con él en Sevilla lo decidió a hacerse capuchino, si bien es cierto que prácticamente lo tenía decidido y sólo necesitaba la aprobación del fraile. Entró poco después en el noviciado de Sanlúcar de Barrameda, cuyo primer año comentaba que fue el más feliz de su vida. A los pocos años de su profesión temporal, acudió como misionero a las Islas Carolinas en 1886, donde fue secretario del Ministro Provincial, fray Joaquín de Llevaneras. Esta vocación misional no la abandonaría del todo a lo largo de su vida pese a la gran cantidad de cargos que desempeñó, ya que poco antes de morir, fue uno de los artífices de las primeras gestiones para la fundación de la misión de Santo Domingo en la República Dominicana.

Se ordenó como sacerdote en Vitoria y cantó misa en Pamplona. Desempeñó la cátedra de Filosofía en Ollería, antes de ser elegido como Definidor y Guardián del convento de la Magdalena en 1892.

Restauró el convento de Granada en 1896 y fundó el de Totana en 1898. Durante este tiempo, en agosto de 1897, León XIII lo agregó al claustro de doctores del Seminario y Universidad Pontificia de Sevilla. Fue nombrado Juez y Examinador Sinodal de varios obispados. También fue miembro de la Comisión Internacional para la revisión de las Constituciones Generales de la Orden. Predicador de S. M. el Rey Alfonso XIII en 1907.

Siendo hombre de profunda sabiduría y mejor conocedor de la historia, escribió una ingente historia, en siete pequeños volúmenes, por la que desfilan una inmensa galería de apóstoles, confesores, predicadores, escritores, penitentes, misioneros, artistas y santos. Recuperó seis de las crónicas escritas por Nicolás de Córdoba, siendo las que actualmente se conocen. Estas son: las de Granada, Sevilla, Cádiz, Antequera, Jerez y Ubrique; a las que hay que unir la del convento de Cabra.

Dentro de sus numerosas inquietudes, fue el fundador de la revista El Adalid Seráfico (1900), proclamándose oficialmente director del medio en 1911. Escribió numerosos artículos para el medio, que exaltaban a la buena prensa. Esta temática se dejó sentir en otros escritos ajenos a la revista, como discursos, etc. En 1902 viajó a Roma, llegándole a llevar al Papa la cuota de suscripción a la revista, quien aceptó de buen agrado.

El medio se creó para atender las necesidades de la Provincia, la defensa de los intereses religiosos y su iglesia, así como la difusión del espíritu franciscano. Igualmente pretendió ser un instrumento en el que todos los padres de la Provincia tuviesen la posibilidad de publicar sus producciones y de imprimir sus obras, abriendo así el campo a una intensa actividad intelectual con la apertura de una pequeña imprenta bajo la denominación de “Imprenta de la Divina Pastora”.

En enero de 1900 apareció el primer número de la revista, que fue recibida con simpatía. En el marco artístico, contó con el pintor Virgilio Mattoni, quien efectuó dos portadas en los años 1900 y 1903 respectivamente. En 1908, delegó sus labores al frente de la revista en fray Marcelo de Campillos, fray Sebastián de Ubrique, fray Fulgencio y fray Leandro de Écija.

En este mismo año y tras producirse su cuarta elección como Ministro Provincial, viajó a Roma para la reforma de las Constituciones, como miembro de la Comisión Internacional. Tras su vuelta, se hablaba mucho de su presentación para un obispado, cosa que siempre rechazó. Poco después fue nombrado Examinador y Juez Sinodal para el concurso de curatos de Sevilla. Ya en 1912, fue víctima de una pulmonía, mal que fue el origen de la enfermedad que produjo su fallecimiento. Se encontraba por aquel entonces libre del Provincialato y entregado por entero a la escritura y a la elaboración de su obra Preparación para el Matrimonio.

En 1913 publicó la biografía del M. R. P. Fray Jerónimo José de Cabra, guardián del convento capuchino de Córdoba. La amistad que mantuvo con Rey Díaz, archivero y cronista de la ciudad, y la correspondencia literaria que mantuvieron ambos resultó de suma importancia para la realización de la obra.

Siendo provincial de Andalucía, encargó a Ceferino de Valencina que se entrevistara con Carlos de Antequera, uno de los pocos religiosos con vida de los que vivieron el proceso de restauración de la orden para que recogiera sus testimonios con el fin de reconstruir ese importante capítulo de la historia capuchina.

Dejó inconclusas las que fueron las grandes obras de su vida: la historia de la provincia por un lado y un libro sobre el matrimonio por el otro.

La prensa de la época se hizo eco del fallecimiento en olor de santidad del fraile. Se proyectaron diversos homenajes a la figura del capuchino. Destaca el que se hizo meses después en su Valencina natal, donde se efectuaron misas y una velada necrológica. Se colocó una lápida en la casa donde nació, costeada por subvención popular.

Ha sido uno de los autores capuchinos andaluces que más libros ha escrito y que mayor número de ediciones alcanzó, algunas de ellas de 12.000 ejemplares.

 

Escritos más importantes:

Flores del claustro, Sevilla, 1897.

Leyendas edificantes o historietas piadosas del peregrino de la capucha, Sevilla, 1898.

Flores del claustro y arrullos de la paloma… tercera edición notablemente aumentada, Sevilla, 1898.

La vida religiosa, Sevilla, 1898.

Retórica elemental o lecciones de literatura española y oratoria sagrada, Sevilla, 1899.

Romancero del Beato Fr. Diego José de Cádiz, Sevilla, 1899.

Lirios del valle, Sevilla, 1900.

Mi viaje a Oceanía, Sevilla, 1902.

Soliloquios, Sevilla, 1903.

Principales fuentes de información:

Cipriano de Utrera, Apuntes para la historia de los capuchinos en la isla de Santo Domingo, libro primero, Santo Domingo, 1922, p. 3, 48, 50-56, 64-65, 76-77, 130-131, 136, 141-142, 197-198.

Ambrosio de Valencina, “Apuntes de conciencia. Datos biográficos y memorias de Fr. Ambrosio de Valencina, escritas de propia mano para gloria de Dios. Apuntes de una vida”, El Adalid Seráfico, Sevilla, 1963-1964.

Gil de P., “A los cincuenta años de la muerte del padre Ambrosio de Valencina. Apuntes de una vida”, El Adalid Seráfico, Sevilla, 1964, año 65, p. 81, 83.

Alberto de Galaroza, “Etapas conflictivas de la restauración de la orden capuchina en España (1877-1894)”, Estudios Franciscanos, vol. 81, Barcelona, 1982, p. 92, 112, 113, 115, 117, 118.

Ramírez Peralbo, Primer centenario de la restauración de la Provincia Capuchina de Andalucía 1898-1999. Historia de los primeros conventos capuchinos de Andalucía. Biografía de los religiosos de la Restauración. Granada, 1999, p. 61, p. 80-96.

Ros I Calaf, Historia de la Restauración de los Frailes Menores Capuchinos en España, Ceuta, 1910; ed. comentada y transcrita por José Antonio Lasa, Sevilla, 2007, p. 22, 44, 46, 123, 176, 180, 201, 219.

Infante Limón & Rodríguez Conde, “Fray Ambrosio de Valencina” (ficha técnica), Capuchinos, Memoria agradecida, Antequera, 2013, p. 200-201.

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Nombre: Fray Isidoro de Sevilla / Vicente Gregorio de Medina Vicentelo de Leca y Esquibel

Fechas vitales: Sevilla, 9 de mayo 1662 – Sevilla, 7 de noviembre 1750

Retrato de fray Isidoro de Sevilla (Juan Ruiz Soriano)
Retrato de fray Isidoro de Sevilla (Juan Ruiz Soriano)

Biografía: Hijo de Pedro de Rodríguez Medina Vicentelo y Leonor Díaz de Rojas. Según algunas fuentes, fue familia de Miguel de Mañara, al parecer primo lejano del padre del fraile. Pese a este parentesco lejano entre ambos, es bien seguro que el noble caballero fue un modelo espiritual en el que fray Isidoro se miró durante sus años de niñez y juventud, si bien el año de nacimiento del capuchino coincide con el año de ingreso en la Hermandad de la Caridad de Mañara. Pese a estos fuertes antecedentes religiosos, se asocia a un hecho fortuito o accidental, la toma por parte de fray Isidoro del hábito.

Varios de sus familiares profesaron la vocación religiosa, encontrándose entre ellos fray Andrés de Sevilla, quien influyó sobremanera en el paso definitivo para la toma de los votos del joven fray Isidoro.

Comenzó su formación en el Colegio de San Hermenegildo de Sevilla, regentado por la Compañía de Jesús. Posteriormente, al menos se formó un par de años en cánones y leyes en el Colegio Mayor de Maese Rodrigo de Sevilla, probablemente sin llegar a graduarse. Fue trasladado al convento de Écija en 1682 donde comenzó su etapa de estudiante dedicándose durante un año al aprendizaje del latín, pasando al año siguiente a Cádiz donde inició sus estudios de Filosofía. Sería esta la primera estancia del fraile en la ciudad, que se prolongó hasta 1686, cuando fue trasladado para continuar su formación en Granada donde fue ordenado sacerdote. Continúo aquí su formación durante tres años más estudiando Sagrada Teología como alumno del lector fray José de Lucena. Esta formación le capacitó para desempeñar las labores de predicador. Inició su trayectoria misional en 1687 y tras un periplo por diferentes enclaves andaluces donde ejerció como predicador, recayó nuevamente en la sede sevillana en abril de 1694. Seis años después, en capítulo provincial, se decide el nuevo traslado a la ciudad de Cádiz en el mes de octubre. Sería esta etapa de vital importancia, ya que lo aprendido y experimentado durante estos años será el germen fundamental para sus acciones en Sevilla en el marco de la creación de la nueva devoción a la Divina Pastora.

Su amistad con Feliciano de Sevilla, Pablo de Cádiz y Luis de Oviedo, le influyó profundamente, poniendo en práctica las experiencias y conocimientos adquiridos con ellos a su vuelta a Sevilla. Lo puso en práctica inmediatamente con el rezo de los primeros rosarios públicos, que se venían realizando en Cádiz desde 1690, en plena Guerra de Sucesión y en apoyo a una mentalidad religiosa más humana. Refleja este conflicto bélico en una de sus publicaciones (en 1702), relatando algunas de las escaramuzas que tuvieron lugar en la ciudad de Cádiz. En el devenir de estos violentos acontecimientos, fray Isidoro junto a sus compañeros atemperaron a las masas con la práctica devocional del Rosario público, aun cuando la flota enemiga acechaba la costa de la ciudad. Así mismo, organizó una operación denominada fagina, por la cual eliminaron todo atisbo de vegetación de los límites exteriores de la ciudad facilitar la defensa, así como para garantizar la materia prima de elaboración de combustible por si se enfrentaban a un asedio prolongado. Finalmente el asedio no tuvo éxito, y los ocupantes fueron expulsados de la Bahía de Cádiz. Ante este éxito, quedaba patente la necesidad de la nueva religiosidad más afín al pueblo, puesta en práctica por los capuchinos.

En el capítulo del 12 de enero de 1703 celebrado en Sevilla, fue elegido ministro provincial José de Lucena, quien reintegró a fray Isidoro al convento sevillano. No obstante, este ya se encontraba en la ciudad ya que había acudido a dicho capítulo para informar de los sucesos acaecidos en Cádiz. Igualmente y al conocer que su estancia en la capital andaluza se prolongaría indefinidamente, decidió llevar a cabo las prácticas aprendidas con sus hermanos fray Pablo de Cádiz y fray Feliciano de Sevilla en la ciudad del Atlántico. Esto se hizo notar de manera inmediata, ya que en los rezos del Santo Rosario, que gozaba de una importante acogida entre la ciudadanía, incluyó una serie de novedades basadas en la adopción de la Corona Franciscana. Este método consistía en efectuar secuencias de avemarías que se repetían de diez en diez tantas veces como años de edad cumplió la Virgen María en vida, y entre las cuales se intercalaba un padrenuestro. Este cortejo se dirigía a un lugar amplio y donde se consideraba que la moralidad en la vida cotidiana se relajaba de forma categórica, como era el caso de la Alameda de Hércules. Todo el cortejo comenzaba su recorrido en la iglesia de San Gil. De todo ello, salió airoso encontrando un éxito similar al de las predicaciones efectuadas en Cádiz durante el sitio holandés.

Con esta importante base, fray Isidoro comenzó utilizar la imagen de la Divina Pastora como pendón de estas prácticas renovadoras de la religiosidad popular. Fue la advocación de la Virgen como Pastora una idea que comenzó a poner en práctica a partir del 24 de junio de 1703, en el marco de los ya conocidos rosarios públicos en honor de la Inmaculada Concepción. Esta ocurrencia, como él mismo la calificó, la tuvo mientras rezaba en el coro bajo de la iglesia de los capuchinos de Sevilla. Pidió ayuda económica a su hermano Antonio, quien disfrutaba de la herencia familiar dado el rechazo de fray Isidoro, el primogénito de la familia, a los bienes materiales al incorporarse a la orden capuchina. Una vez recibida, fue a solicitar los servicios de Alonso Miguel de Tovar, el encargado de plasmar plásticamente por primera vez la imagen de la Divina Pastora en el famoso estandarte. La primera obra efectuada ex profeso fue una pequeña representación de la advocación en una plancha de cobre, que posteriormente serviría como modelo para las que vinieron después, ya representadas en lienzos de mayores proporciones. Existe bastante controversia acerca de la autoría de esta plaquita, que ya en el siglo XX, el padre Juan Bautista de Ardales mandó que se realizase un contenedor en plata en el taller de Seco Velasco. Aunque hay autores que atribuyen esta primera factura a Lorente, Diego de Valencina fue el primero en atribuir a Tovar esta pintura, amparado por las opiniones de diversos maestros y expertos en el noble arte pictórico con los que se relacionó en sus labores como académico. Sea como fuere, es esta última opinión de Valencina la que ha perdurado hasta hoy, siendo tradicionalmente la atribución más aceptada.

Esta pequeña pieza la llevó el fraile consigo durante sus predicaciones hasta su fallecimiento.

Todos estos preparativos eclosionaron en la primera salida del 8 de septiembre de 1703. La acogida de la que gozó la nueva advocación, movió al fraile para que algunos días más tarde, institucionalizara esta nueva práctica dándole forma y estatutos de hermandad, dándosele principio el 23 de septiembre del mismo año de 1703. Esta primera hermandad de la Divina Pastora sería la de Santa Marina, ya que en un primer momento la orden era reacia a sustituir el protagonismo de la Inmaculada Concepción por la de la nueva advocación, por lo que se asentaron en un primer momento en San Gil y posteriormente, en una capilla de Santa Marina cedida por los marqueses de la Motilla.

Fray Isidoro mandó hacer a Bernardo Ruiz Gijón la imagen que hoy se conserva en el seno de la Hermandad, Fray Isidoro reconoce expresamente haber fundado también las hermandades de Carmona (1706), Utrera (1707) y Jerez de la Frontera (1713). También se le atribuye la fundación (o intervención de algún modo) de las hermandades de Cantillana (1620), de San Antonio de Sevilla (1732), Cádiz (1733), Isla de León o San Fernando (1733), Arcos de la Frontera (1736), Dos Hermanas (1743), Almadén de la Plata, Aracena, Andújar, Alcalá la Real, Coria del Río, Arahal, Marchena, Écija, Los Palacios, Morón, Olivares, Ronda, Villafranca,  San Fernando. Fue tal el impulso del que gozó la nueva advocación, que ya en la época decimonónica, el rey Fernando VII mandó a los capuchinos misionar todos los pueblos de la península ibérica, llevando como santo y seña a la Divina Pastora. Los capuchinos la llevaron también a sus misiones en América, África, Asia y Oceanía.

La regla que elaboró para constituir estas hermandades contó posteriormente, con algunas adiciones particulares del beato Diego José de Cádiz.

Desde 1704, fray Isidoro se dedicó a dejar constancia por escrito de todos los hechos acaecidos durante la propagación de esta nueva devoción. Junto a la ya conocida y fundamental obra La Pastora Coronada, toda persona que hubiese tenido algún tipo de revelación o experiencia mística en relación a la Pastora, lo declaró bajo juramento ante un notario, dando fe de lo acaecido. Se evitaban así posibles ataques de sectores religiosos contrarios a la nueva creencia mariana. La impresión de estampas de la imagen también fue otra actividad de suma importancia para su divulgación, llegando a protagonizar hechos milagrosos.

El 23 de octubre de 1705 se efectuó la primera salida de una escultura de la Divina Pastora desde la iglesia de San Juan de la Palma hasta la capilla de Santa Marina, estando La Pastora Coronada ya a la venta. En 1735 y en plena efervescencia de la nueva devoción, fundó una capilla dedicada a la Divina Pastora en Cádiz.

En octubre de 1705 se publicaba la obra capital sobre la advocación, La Pastora Coronada, escrita por fray Isidoro, el cual y según recientes trabajos, ya la tenía prácticamente terminada en 1703 y tan sólo dos meses después del primer rosario público presidido por la Divina Pastora. En la misma, pretende exponer y explicar una idea discursiva sobre la Virgen María como Pastora Universal. Para ello, se apoya en su predicación, así como en los padres y doctores de la Iglesia y en las analogías que establece entre la Virgen y la imagen de pastora que se encuentra en la Biblia. Sin embargo, esta obra quedó relegada con el tiempo por La Mejor Pastora Assumpta, publicada en 1732 en la que el capuchino desarrolló más exhaustivamente la nueva devoción. Esta obra fue efectuada con la intención de que perdurase en el tiempo y se conservarse en las distintas bibliotecas, por su formato en folio y su elaborada portada a dos tintas. Además, fue publicada por uno de los mejores talleres de la ciudad, el de Diego López de Haro. Coincidió además con el Lustro Real (1729-1733), fecha en la que la corte de Felipe V se estableció en Sevilla. Fray Isidoro aprovechó esta coyuntura para difundir la nueva devoción por el ambiente cortesano, ingresando en 1731 la familia real en la Primitiva Hermandad del Rebaño de la Divina Pastora. Se le otorgó al monarca el nombramiento de mayordomo y hermano mayor perpetuo de la misma.

Fue un fecundo escritor, destacando su faceta de cronista, de la que se desconoce la fecha exacta en la que fue elegido, aunque ya en la década de 1690 debió estar desarrollando estas funciones. Sí se sabe que sustituyó en estos menesteres a fray Pablo de Granada tras su fallecimiento, existiendo un período entre el óbito de éste y el comienzo de la actividad de fray Isidoro lo suficientemente amplio como para que hubiese existido la figura de un tercer cronista, del que nada se conoce. La primera mención explícita a su cargo como cronista la encontramos en los preliminares de La nube de occidente fechados en 1701. Hacia 1703 ya había compuesto su crónica provincial, ya que los últimos hechos que narra acontecen por estas fechas. Se trata de su obra Florido Andaluz Pensil, Vergel Capuchino ameno. Pese a esta prolífica producción, la figura de Isidoro de Sevilla se inscribía más en la de un fraile predicador que en la de un historiador, dejándose notar en algunos de los capítulos de su crónica en los que no son exentas las exaltaciones religiosas. Presenta además varios errores, de los que dieron cuenta Nicolás de Córdoba y Ambrosio de Valencina. Debió permanecer en el cargo hasta 1732, aunque bien es cierto que esta fecha es cuestionable si tenemos en cuenta el testimonio de fray Nicolás de Córdoba, quien asegura que accedió al puesto de cronista tras fray Isidoro de Sevilla, quien se encargó de estas labores durante más de cincuenta años. Por ello, señala que pudo estar en el cargo hasta la década de los 40.

El notable manejo de las letras divinas y humanas, lo convirtió en un importante productor de obras escritas durante toda la primera mitad del siglo XVIII. Fundamentalmente destacan las biografías dedicadas a diferentes hermanos capuchinos, de vida ejemplar y de una repercusión importante en el seno de la Orden. Generalmente las articula del mismo modo, narrándose desde el nacimiento la vida de estos frailes, centrándose posteriormente en sus esfuerzos y logros en la predicación, así como aquellos posibles milagros realizados bajo el amparo de la Virgen María. Esto se argumentaba con una serie de escritos o testimonios de otros frailes contemporáneos, que afirmaban la beatitud del protagonista del texto.

Siendo anciano y con la vista perdida, no dejaba de predicar la novena de la Divina Pastora en la iglesia de Santa Marina. Según las crónicas, en una ocasión, fue tal el fervor que experimentó el fraile en su exaltación religiosa, que recuperó la vista y bajó sólo del púlpito, ante la admiración y devoción del público congregado, que se acercaban al capuchino para cortar retales de su hábito. Predijo su propia muerte, que recibió anhelando el encuentro con la Divina Pastora. Ocho días estuvo sin sepultar, al no presentar signo de descomposición y por ser deseo de los fieles el velar y acompañar al venerable padre. Al morir, lo sangraron corriendo la sangre líquida como si estuviese aún con vida, hecho que se le atribuyó a un milagro, como tantos otros. Se oficiaron misas solemnes por su fallecimiento en Sevilla, Cádiz, Utrera, y en aquellos lugares donde fundó hermandades.

El 7 de noviembre del año 2000 se cumplió el 250 aniversario del fallecimiento del fraile. La Hermandad de la Divina Pastora de Cantillana celebró la efeméride, siendo la única hermandad fundada directamente por el fraile que continúa tal y como la concibió a día de hoy. Lo mismo ocurrió el día 12 de noviembre en Sevilla. Hermandades de la Divina Pastora venidas desde Cantillana, San Fernando, Jaén, Dos Hermanas y Aracena se reunieron con las homólogas hispalenses de Santa Marina, Capuchinos, San Antonio, de Triana y de Padre Pío en la parroquia de San Gil, para rendir tributo al padre Isidoro, rememorándose aquel primer rosario del 8 de septiembre de 1703. Acto seguido, se descubrió una lápida marmórea por el Ministro Provincial fray Francisco Luzón Garrido.

 

Escritos más importantes:

La nube de Occidente, vida y virtudes del venerable siervo de Dios Fr. Pablo de Cádiz, Cádiz, 1702.

Florido Andaluz Pensil, vergel capuchino ameno, donde en varios cuadros de veinte conventos…, Sevilla, 1702 (AHPCS)

Ofrecimiento de la Corona de María Santísima, Nuestra Señora, con el apreciable título de Pastora Misionera, Sevilla, 1703.

La Pastora Coronada, idea discursiva y predicable en que se propone a María Santísima, Nuestra Señora, Pastora Universal de todas las criaturas…, Sevilla, 1705.

El Phenix de Sevilla. Sermón del gloriosísimo príncipe de España… el señor San Hermenegildo…, Sevilla, 1725.

La mejor Pastora Assumpta, Sevilla, 1732.

Libro segundo de la Pastora Coronada. En que se trata como María SSma. en quanto Pastora universal de las criaturas es milagro de los milagros… [Sevilla], [s.d.], (AHPCS)


Principales fuentes de información:

Galbarro García, “La idea discursiva y predicable de fray Isidoro de Sevilla”, en La Pastora Coronada de Fray Isidoro de Sevilla, edición comentada, Sevilla, 2012, p. 51-94.

JUAN BAUTISTA DE ARDALES, La Divina Pastora y el Bto. Diego José de Cádiz. Estudio histórico-Tomo primero (1703-1900), Sevilla, 1949.

Miguel de Zalamea, Sermón fúnebre de honras que en las solemnes exequias que la venerable Hermandad de la Divina Pastora María Santísima… de la ciudad de Sevilla, consagró a la buena memoria de su fundador el M. R. V. P. Fr. Isidoro de Sevilla…, Sevilla, [1751].

Nicolás de Bilbao, Inmortal memoria del capuchino más peregrino. Panegyris fúnebre… con que este convento de Capuchinos de Santa Justa y Rufina… mostró su justo sentimiento en la muerte de su más ejemplar hijo, el V. P. Fr. Isidoro de Sevilla…, Sevilla, [1751].

Román Villalón, La Divina Pastora en los escritos de fray Isidoro de Sevilla (1662-1750), Sevilla, 2012.

Valiente Romero, “La Pastora Coronada en su contexto histórico”, en La Pastora Coronada de Fray Isidoro de Sevilla, edición comentada, Sevilla, 2012, p. 15-50.

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