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Fray Ambrosio de Valencina / Francisco de Asís Marín Morgado

Fray Ambrosio de Valencina
Fray Ambrosio de Valencina

Nombre: Fray Ambrosio de Valencina / Francisco de Asís Marín Morgado

Fechas vitales: Valencina de la Concepción, 9 de noviembre 1859 – Sevilla, 24 de mayo 1914

Biografía: Escritor. Hijo de Manuel Marín y de Gabriela Morgado. Desde niño sintió la vocación religiosa, destacando en los estudios y en las prácticas piadosas. Solía emplear el tiempo libre en hacer altares con pequeñas estampas y flores, y decir sermones que había oído en la iglesia, o había aprendido de un pequeño libro que le regaló el cura de su pueblo. No obstante, sintió tambalear su fe a la edad de 12 años, negándose a ingresar en el seminario y abandonando por completo la vocación sacerdotal. A los cuatro años, volvió su vida a la normalidad tras haber experimentado su definitiva vocación una noche tras volver del campo, dedicándose al estudio, la penitencia y la oración.

Junto a su director espiritual, el padre Pavón, fundó de pequeño junto a otros jóvenes la Compañía de San Luis Gonzaga, de la que fue su presidente. Poco a poco volvió a sentir la vocación religiosa.

Entró en la Orden siguiendo los designios del padre Esteban de Adoain, primer religioso capuchino que conoció. La entrevista que mantuvo con él en Sevilla lo decidió a hacerse capuchino, si bien es cierto que prácticamente lo tenía decidido y sólo necesitaba la aprobación del fraile. Entró poco después en el noviciado de Sanlúcar de Barrameda, cuyo primer año comentaba que fue el más feliz de su vida. A los pocos años de su profesión temporal, acudió como misionero a las Islas Carolinas en 1886, donde fue secretario del Ministro Provincial, fray Joaquín de Llevaneras. Esta vocación misional no la abandonaría del todo a lo largo de su vida pese a la gran cantidad de cargos que desempeñó, ya que poco antes de morir, fue uno de los artífices de las primeras gestiones para la fundación de la misión de Santo Domingo en la República Dominicana.

Se ordenó como sacerdote en Vitoria y cantó misa en Pamplona. Desempeñó la cátedra de Filosofía en Ollería, antes de ser elegido como Definidor y Guardián del convento de la Magdalena en 1892.

Restauró el convento de Granada en 1896 y fundó el de Totana en 1898. Durante este tiempo, en agosto de 1897, León XIII lo agregó al claustro de doctores del Seminario y Universidad Pontificia de Sevilla. Fue nombrado Juez y Examinador Sinodal de varios obispados. También fue miembro de la Comisión Internacional para la revisión de las Constituciones Generales de la Orden. Predicador de S. M. el Rey Alfonso XIII en 1907.

Siendo hombre de profunda sabiduría y mejor conocedor de la historia, escribió una ingente historia, en siete pequeños volúmenes, por la que desfilan una inmensa galería de apóstoles, confesores, predicadores, escritores, penitentes, misioneros, artistas y santos. Recuperó seis de las crónicas escritas por Nicolás de Córdoba, siendo las que actualmente se conocen. Estas son: las de Granada, Sevilla, Cádiz, Antequera, Jerez y Ubrique; a las que hay que unir la del convento de Cabra.

Dentro de sus numerosas inquietudes, fue el fundador de la revista El Adalid Seráfico (1900), proclamándose oficialmente director del medio en 1911. Escribió numerosos artículos para el medio, que exaltaban a la buena prensa. Esta temática se dejó sentir en otros escritos ajenos a la revista, como discursos, etc. En 1902 viajó a Roma, llegándole a llevar al Papa la cuota de suscripción a la revista, quien aceptó de buen agrado.

El medio se creó para atender las necesidades de la Provincia, la defensa de los intereses religiosos y su iglesia, así como la difusión del espíritu franciscano. Igualmente pretendió ser un instrumento en el que todos los padres de la Provincia tuviesen la posibilidad de publicar sus producciones y de imprimir sus obras, abriendo así el campo a una intensa actividad intelectual con la apertura de una pequeña imprenta bajo la denominación de “Imprenta de la Divina Pastora”.

En enero de 1900 apareció el primer número de la revista, que fue recibida con simpatía. En el marco artístico, contó con el pintor Virgilio Mattoni, quien efectuó dos portadas en los años 1900 y 1903 respectivamente. En 1908, delegó sus labores al frente de la revista en fray Marcelo de Campillos, fray Sebastián de Ubrique, fray Fulgencio y fray Leandro de Écija.

En este mismo año y tras producirse su cuarta elección como Ministro Provincial, viajó a Roma para la reforma de las Constituciones, como miembro de la Comisión Internacional. Tras su vuelta, se hablaba mucho de su presentación para un obispado, cosa que siempre rechazó. Poco después fue nombrado Examinador y Juez Sinodal para el concurso de curatos de Sevilla. Ya en 1912, fue víctima de una pulmonía, mal que fue el origen de la enfermedad que produjo su fallecimiento. Se encontraba por aquel entonces libre del Provincialato y entregado por entero a la escritura y a la elaboración de su obra Preparación para el Matrimonio.

En 1913 publicó la biografía del M. R. P. Fray Jerónimo José de Cabra, guardián del convento capuchino de Córdoba. La amistad que mantuvo con Rey Díaz, archivero y cronista de la ciudad, y la correspondencia literaria que mantuvieron ambos resultó de suma importancia para la realización de la obra.

Siendo provincial de Andalucía, encargó a Ceferino de Valencina que se entrevistara con Carlos de Antequera, uno de los pocos religiosos con vida de los que vivieron el proceso de restauración de la orden para que recogiera sus testimonios con el fin de reconstruir ese importante capítulo de la historia capuchina.

Dejó inconclusas las que fueron las grandes obras de su vida: la historia de la provincia por un lado y un libro sobre el matrimonio por el otro.

La prensa de la época se hizo eco del fallecimiento en olor de santidad del fraile. Se proyectaron diversos homenajes a la figura del capuchino. Destaca el que se hizo meses después en su Valencina natal, donde se efectuaron misas y una velada necrológica. Se colocó una lápida en la casa donde nació, costeada por subvención popular.

Ha sido uno de los autores capuchinos andaluces que más libros ha escrito y que mayor número de ediciones alcanzó, algunas de ellas de 12.000 ejemplares.

 

Escritos más importantes:

Flores del claustro, Sevilla, 1897.

Leyendas edificantes o historietas piadosas del peregrino de la capucha, Sevilla, 1898.

Flores del claustro y arrullos de la paloma… tercera edición notablemente aumentada, Sevilla, 1898.

La vida religiosa, Sevilla, 1898.

Retórica elemental o lecciones de literatura española y oratoria sagrada, Sevilla, 1899.

Romancero del Beato Fr. Diego José de Cádiz, Sevilla, 1899.

Lirios del valle, Sevilla, 1900.

Mi viaje a Oceanía, Sevilla, 1902.

Soliloquios, Sevilla, 1903.

Principales fuentes de información:

Cipriano de Utrera, Apuntes para la historia de los capuchinos en la isla de Santo Domingo, libro primero, Santo Domingo, 1922, p. 3, 48, 50-56, 64-65, 76-77, 130-131, 136, 141-142, 197-198.

Ambrosio de Valencina, “Apuntes de conciencia. Datos biográficos y memorias de Fr. Ambrosio de Valencina, escritas de propia mano para gloria de Dios. Apuntes de una vida”, El Adalid Seráfico, Sevilla, 1963-1964.

Gil de P., “A los cincuenta años de la muerte del padre Ambrosio de Valencina. Apuntes de una vida”, El Adalid Seráfico, Sevilla, 1964, año 65, p. 81, 83.

Alberto de Galaroza, “Etapas conflictivas de la restauración de la orden capuchina en España (1877-1894)”, Estudios Franciscanos, vol. 81, Barcelona, 1982, p. 92, 112, 113, 115, 117, 118.

Ramírez Peralbo, Primer centenario de la restauración de la Provincia Capuchina de Andalucía 1898-1999. Historia de los primeros conventos capuchinos de Andalucía. Biografía de los religiosos de la Restauración. Granada, 1999, p. 61, p. 80-96.

Ros I Calaf, Historia de la Restauración de los Frailes Menores Capuchinos en España, Ceuta, 1910; ed. comentada y transcrita por José Antonio Lasa, Sevilla, 2007, p. 22, 44, 46, 123, 176, 180, 201, 219.

Infante Limón & Rodríguez Conde, “Fray Ambrosio de Valencina” (ficha técnica), Capuchinos, Memoria agradecida, Antequera, 2013, p. 200-201.

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